El cambio climático ha alterado de manera irreversible el paisaje humano de distintas geografías, entre ellos, distintos territorios indígenas, campesinos o pescadores que han visto cómo sus tierras se transforman en zonas de alto riesgo debido a fenómenos como inundaciones, sequías extremas, olas de calor y huracanes. Pero, entre las víctimas de estos desastres, hay un rostro que, por lo general, pasa desapercibido: las mujeres, que, como consecuencia de las emergencias climáticas, se ven forzadas a abandonar sus hogares y comunidades, enfrentando no solo el desplazamiento forzoso, sino una multiplicación de vulnerabilidades.
En los últimos años, por el territorio de Oaxaca han cruzado miles de mujeres que han sido testigos de cómo la crisis climática está incrementando los eventos meteorológicos extremos. Las lluvias torrenciales, seguidas de largas sequías, han afectado gravemente la producción agrícola, principal fuente de sustento para las familias. Este fenómeno no solo ha alterado la vida económica de las comunidades, sino que ha desencadenado una ola de desplazamientos forzados, incluso, de familias enteras quienes han formado las llamadas caravanas migrantes que van en busca de mejores condiciones de vida.
“Antes cultivábamos maíz y frijol, pero las sequías nos han dejado sin cosecha. Nuestras comunidades se inundaron. Perdimos todo”, comparte una madre que viaja, junto a otras personas migrantes y que van caminando las carreteras de Oaxaca buscando llegar hasta los Estados Unidos.
Las inundaciones y huracanes han destruido los sistemas básicos de infraestructura como redes de agua potable, electricidad, drenaje y centros de salud. En este contexto, el fenómeno de las “desplazadas ambientales” se ha vuelto cada vez más frecuente, provocando el abandono de miles de hogares.
Las mujeres, sobre todo las indígenas y rurales, son las más afectadas por los desplazamientos causados por esta crisis climática. En diversos países las mujeres en comunidades marginadas ya enfrentan una carga histórica de desigualdad y las emergencias climáticas profundizan aún más su vulnerabilidad. No solo se ven despojadas de sus hogares y tierras, sino que asumen una doble carga: la de cuidar a sus hijos, ancianos y familiares, y la de sobrevivir en un entorno de precariedad.
El contexto de emergencia afecta gravemente a las redes de cuidado existentes y las mujeres, que tradicionalmente asumen roles de cuidadoras, se ven forzadas a reorganizar sus vidas en nuevos entornos totalmente desconocidos, lo que agudiza la vulnerabilidad.
A pesar de la creciente visibilidad de los desplazamientos causados por el cambio climático, las respuestas institucionales de cada país son limitadas y descoordinadas. Las políticas públicas sobre migración y desplazamiento forzado no han integrado el problema del desplazamiento ambiental. Mientras tanto, las mujeres migrantes, especialmente aquellas que provienen de áreas rurales e indígenas, carecen de un sistema de apoyo adecuado para hacer frente a las consecuencias de la crisis.
Las catástrofes climáticas y sus efectos en la migración forzada no parecen tener una solución fácil ni rápida, por ello se hace necesario fortalecer los lazos de solidaridad, refugio y protocolos de la sociedad civil que ayudan a las mujeres migrantes en su paso por Oaxaca o para que se pueda instalar y comenzar su vida de nuevo. Las políticas migratorias siguen siendo fragmentadas y, en muchos casos, las personas desplazadas no reciben la atención que necesitan para reconstruir sus vidas. Las mujeres, que históricamente han sido las guardianas de los lazos familiares y comunitarios, se encuentran en una encrucijada: deben hacer frente a la doble carga de la migración y la protección de sus seres queridos, mientras enfrentan una infraestructura de apoyo debilitada por las emergencias climáticas.